Sanando heridas

 

“Si tú no hubieras nacido, mamá no tendría cáncer”, le dijo su papá al pequeño Dante Gebel mientras su mamá estaba en el hospital. Esa herida profunda en su corazón hizo que de ahí en adelante él no quisiera que las personas se acerquen tanto a él para evitar recibir una mirada de odio como la que recibió de su papá, esa herida lo había marcado y estaba limitando su potencial. Así nos narra en su prédica titulada “Hasta el último hombre”, donde menciona que lamentablemente las heridas tienen buena memoria.

Todos tenemos heridas en el corazón que llevamos con nosotros como marcas de guerra, pudo haber sido algo que te dijeron de pequeño, un daño de otra persona o de ti mismo, un rechazo, una traición, un abandono o una pérdida importante, ponle la etiqueta que quieras, al final del día las heridas que llevamos en el alma son prueba de que no nos dimos por vencidos, y que, a pesar del dolor, pasamos la prueba.

Algunas heridas son profundas y otras son leves, por ejemplo, alguien puede ofenderte en la calle y en ese momento te molesta, pero conforme pasan los minutos se te olvida y luego sigues como si nada, pero hay heridas que son más profundas y necesitan atención especial. El problema es que nosotros no somos especialistas en el corazón, a pesar de ser hijos del mejor cardiólogo espiritual, no somos capaces de detectar fácilmente cuándo nuestro corazón necesita sanar, y es así como muchas veces le exigimos al corazón sin saber que está en riesgo.

Imagínate un hermoso y potente auto de carreras que está listo para competir, inicia a toda velocidad y avanza codo a codo con los mejores de la pista, pero a la mitad de la tercera vuelta sus engranajes se detienen y el motor no puede más, debe ser descalificado y ahora repararlo tomará más tiempo. Definitivamente algo había mal dentro de él. Resulta que el piloto no le informó al mecánico del pequeño ruido que escuchó hace unas semanas, no pensó que fuera tan importante. Por fuera nos podemos ver muy bien, incluso nosotros mismos creemos que estamos bien y aventuramos nuestro corazón como si nada pasara, pero en realidad existen pequeños o grandes ruidos ahí dentro que debemos informarle a nuestro doctor para que él pueda dejarnos ver de qué se trata y darle su debida importancia (Sl 139:23, aunque mejor lean todo el capítulo 139 porque es hermoso).

Justo como al auto de carreras, algunas heridas no tratadas pueden llegar a limitar nuestro potencial. Tal vez ya no pasas todo el día pensando en ello, tal vez ya lograste “superarlo”, pero en cuanto ves una foto, escuchas una voz, te mencionan el nombre, o te recuerdas de ello, tus engranajes internos empiezan a fallar y todo colapsa. Puedes solo tomarte el día y esperar al que el tiempo lo sane, o tomar acción y darle la importancia debida a tu corazón. El tiempo no sana las heridas, el único que tiene la capacidad de entrar en las áreas más profundas, escondidas y ocultas de tu corazón es Dios (Heb 4:12). Podrían pasar años y la depresión, el rencor, el enojo, el odio o la tristeza pueden seguir siendo los mismos, o puedes acercarte a Dios y dejar que una palabra de él te renueve el corazón (Ez 36:26). Él puede sanar tu corazón y tomará tanto tiempo como cuán importante sea.

¿Te has cortado alguna vez? Yo recientemente me corté el dedo índice de la mano izquierda, el de la foto. Y lo gracioso es que no recuerdo cómo sucedió, cuando vi la herida ya estaba hecha y me dolía escribir o tocar el piano, ciertamente los primeros días me molestaba, pero tuve que aprender a aislar ese dedo y darle tiempo y cuidado para que sane. Justo ahora ya puedo teclear sin problemas, solo hay veces que siento lo áspero de la herida y ahí me recuerdo que no se sana de un día para otro, es un proceso que al cuerpo le toma semanas, y pienso que si es así para el cuerpo aún más paciente debo ser con mi alma.

Itiel Arrollo me abrió la mente una vez que compartió sobre el significado de sanar nuestro corazón. Muchas veces queremos olvidar y más recordar esas heridas profundas, pero honestamente eso no funciona ni con los que tenemos mala memoria. Como Dante dijo, las heridas tienen buena memoria. Debemos madurar y entender que sanar no significa olvidar, sanar significa recordar, pero sin dolor. Es allí cuando sabemos que hemos logrado un progreso, cuando somos capaces de recordar aquello que nos dolía, pero sin dolor. Y aún más, poder usarlo para la gloria de Dios ayudando a otros que van en el camino y sienten que no pueden más con las heridas, mostrando nuestras cicatrices y diciéndoles que sí se puede.

Tus cicatrices serán una marca preciosa del amor y el cuidado de Dios.

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✨ Dan

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